Este texto fue publicado hace 25 años, mientras todavía seguían resonando los ecos de la caída del Muro de Berlín y de la catastrófica implosión que, junto al imperio capitalista estatal de Moscú, había borrado las mentiras del falso socialismo. Con la acelerada reunificación alemana en el corazón del imperialismo europeo, comenzó el post-Yalta. Y la contienda mundial entre las potencias llegaba ya a la búsqueda inexplorada de un nuevo orden en las relaciones internacionales. El colapso del imperialismo ruso es presentado en aquellos días como la “caída del comunismo”. Derrotado “el imperio del mal”, el capitalismo, sin más enemigos, celebraba finalmente su “triunfo”, dando rienda suelta a las narraciones más apologéticas de una globalización que relativizaría los conflictos entre los Estados. Hasta pronosticar el “fin de la historia”, con la llegada de una era unipolar en la que los EE.UU. se colocarían al frente de un nuevo orden internacional plasmado en la imagen de los valores occidentales y por la difusión de la democracia en el mundo. Esa tesis nunca nos ha convencido. Al igual que nuestro análisis marxista, nunca ha aceptado las fórmulas del bipolarismo que, en los años de la denominada guerra fría, presentaban un mundo dividido solo entre EE.UU. y URSS. Luego, en las últimas dos décadas, ha llegado la cuenta del desigual desarrollo. Con el ascenso incontenible del gigante chino, un nuevo mundo se ha añadido al mundo, elevando el nivel de la disputa a la dimensión inédita de las potencias continentales. De hecho, en la historia nunca se ha visto «nada parecido» y la nueva fase estratégica, desde hace tiempo, marca el curso de un orden mundial que ahora vacila temiblemente.
